Solo al atardecer, de Jiří Orten (Pre-Textos) Traducción de Clara Janés | por Juan Jiménez García

Jiří Orten Orten | Solo al atardecer

Tiempos horribles para la poesía. El joven poeta como subsistencia. Cartas a la mamá (el padre murió, no hace mucho). Hablan de la ropa, de paquetes que vienen y van, de lavarla, de las necesidades, abrigos, camisas, ropa de cama,… Pequeñas habitaciones. El joven poeta. Diecisiete años. Se ha trasladado a Praga desde Kutná Hora. No son ni cien kilómetros, pero a veces las distancias no se miden por kilómetros y se vuelven lejanas por que sí, porque también están las circunstancias, los días que pasan, los estados de ánimo e incluso los temores a no poder regresar. Estamos en 1936, octubre, y Orten tiene toda la vida por delante. Pero toda esa vida por delante apenas es nada, una exhalación. Cinco años. Judío, vivirá la anexión checa por los nazis. Judío, morirá atropellado por una ambulancia, cuando le nieguen la asistencia en todos los hospitales. El temblor de la poesía deja lugar al horror de la vida. Solo al atardecer son parte de sus poemas, parte de su relación epistolar con la madre, parte de tres de sus cuadernos, azul, jaspeado y rojo. Y una carta de otro de los grandes de la poesía, František Halas, en la que escribe a la madre, lamentándose de la muerte del hijo. Muere el corazón de la poesía. Orten vivió mal pero deprisa. Se movió en los círculos poéticos praguenses, publicó algún libro, pensaba en otros, escribía y buscaba tener una vida propia. Cuando digo una vida propia ya no digo lejos de su familia, a la que amaba profundamente, ya no su relación con Věra, que acaba con las leyes y edictos contra los judíos, cada vez más y más excluyentes y amenazantes. Todo eso, pero también una vida digna, digna de ser vivida, en la que la poesía sea ese centro de gravedad sobre el que gira todo lo demás, ese centro de su amor por aquello que le rodea. En sus escritos, no se lamenta de su suerte, ni tan siquiera del protectorado nazi. A veces, pero poco, breves apuntes (cuando la madre pierde su tienda o puede acabar en la cárcel). De qué le serviría. Todo eso es la muerte y él quiere vivir. 

Escribe: Estoy encerrado en la ternura, la literatura y el silencio. Ahí está contenida toda su obra, pero también toda su existencia. No le preocupa la ausencia de todo y un mundo que se ha ido a la guerra, sino la poesía y algo de comer. En ambos casos es una cuestión de subsistencia. Su mamá le reprocha que le escriba poco, que pasen las semanas, que no le envié las cosas, y él, mientras, escribe en sus cuadernos sobre todos esos sentimientos que dan vueltas en su cabeza y esas palpitaciones que le mueven. Todo es nuevo, también el amor, también los nuevos días. Todo pasará, como pasaron esos otros días. También pasará el nazismo, pasará la desolación, y entonces quedarán esos poemas que son su todo porque en ellos encierra ese mundo que conoce o intuye, todas las alegrías, miedos y fantasmas. Camina siguiendo precipicios y no se puede permitir pensar en la altura. Ya ni escribir, ya ni leer siquiera, hay demasiada luz aquí, dice uno de sus poemas. Orten habitó la noche y fue alcanzado por esa profunda oscuridad, un mundo de tinieblas. El tiempo que se agota, entre una sucesión de finales. Enviar la ropa a lavar, mirar los zapatos rotos, pensar en su mamá, en sus hermanos, vivir su amor por Věra y también la desilusión de ese mismo amor, escapar a la realidad, conversar con sus cuadernos, enredarse en los hilos de sus poemas, Praga, fin y final.


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